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Max Hernández C.

Cotidianidad contemporánea

La crisis sanitaria del Covid-19 irrumpió en el mundo del arte global frenando en seco su agitado circuito de eventos internacionales. En la escena local, el impacto financiero de la cuarentena decretada se sintió desde las primeras semanas de la pandemia[1]. La mortal parálisis que auguraba el encierro impulsó un “reseteo” del campo artístico, que dio un viraje desesperado y de subsistencia al mundo virtual.

Si la respuesta digital a la pandemia buscaba viralizar contenidos y eventos online, manteniéndonos continuamente interconectados a nivel global, desde nuestras casas, la realidad viral offline de la pandemia también nos situaba en la extraña intersección entre una cotidianidad perdida—la social—y una cotidianidad forzosamente (re)encontrada—la doméstica—.

De hecho, la cotidianidad social se reconfiguraba en una versión online de sí misma, que por necesidad se integraba a la vida hogareña: las reuniones con amigos, las clases, el trabajo, e incluso las citas adoptaban la forma de videoconferencias hechas desde la privacidad de nuestras casas. A la par, las fronteras de la cotidianidad doméstica se vieron desdibujadas al extenderse instantáneamente el “home office” y la educación online, haciendo posible ir de la cama al trabajo o a la escuela en dos pasos, y sin quitarse el pijama.

En ese sentido, la pandemia y sus fantasmas (los muertos, la cuarentena, el desempleo) nos interpela acerca de nuestras vidas cotidianas. Nuestro día a día se ha convertido en un terreno de continua negociación entre lo público y lo privado, lo social y lo individual, y la actividad productiva, recreativa y reproductiva, sea remunerada o gratuita.

Algo de ello puede encontrarse en el trabajo de los y las artistas seleccionados. Así, por ejemplo, las experiencias ambivalentes de la vida diaria juvenil y los códigos de socialización aparecen en la obra de Bruna Denegri, mientras que Isabel Guerrero y Andrea Canepa atienden a la impronta de la educación en nuestros modos de pensar y comportarnos. En una línea similar, Marisabel Arias trata con el imaginario del deporte, asimilado como un aprendizaje no formal. El universo doméstico, visto desde la intimidad diaria, aparece presente en la obra de Sylvia Fernández, mientras que Ángela Torrejón y Fátima Rodrigo lo observan desde una perspectiva atenta al establecimiento de roles y estereotipos de género. La rutina laboral como eje de la vida diaria y la identidad misma es evocada por Gonzalo Hernández, mientras que Ricardo Yui pone énfasis en el impacto del trabajo en nuestro entorno urbano. Desde una perspectiva cercana, Viviana Balcázar evoca la ciudad-en-obras que habita en nuestro imaginario. Finalmente el dúo artístico formado por Álvaro Icaza y Verónica Luyo trabaja desde una orilla diferente, explorando, más que la cotidianidad como tema, la percepción como hecho corriente, pero complejo, que experimentamos siempre.

En síntesis, esta selección de obras aborda la cotidianidad como una forma de encarar nuestro tiempo, sus retos y sus exigencias. Tal como la pandemia ha hecho patente, el presente que vivimos ha puesto en suspenso la idea de futuro. No es casual el reiterado deseo de volver a una “normalidad” pasada: pre-Covid, pre-Brexit, pre-Trump, pre-Bolsonaro, pre-debacle política peruana, etc. Pero, aún así, este grupo de artistas apuesta, desde su práctica creativa, por algo que no es reiteración de un pasado que difícilmente podríamos considerar ideal, sino por el potencial infinito de la posibilidad.

Max Hernández Calvo


[1] Entre marzo y abril de 2020, Carlos Zevallos Trigoso y yo hicimos una investigación para sondear la gravedad de los efectos de la crisis, que arrojó cifras muy preocupantes: “Impacto económico del estado de emergencia por la pandemia de COVID-19 en los trabajadores y trabajadoras de las artes visuales en el Perú”. En https://bit.ly/artecovid19

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