Miguel A. López
Tejer con la tierra, mover el mundo
Aun con viajes y visitas constantes, hace cerca de 12 años que vivo fuera de Perú. Si bien durante todo este tiempo he procurado mantener vínculos activos con la escena local a través investigaciones, exposiciones y publicaciones, resulta siempre un reto intentar estar al día y acompañar –desde la distancia– a las generaciones más nuevas, cuyos procesos y formas de circulación asumen habitualmente canales más experimentales y alternativos.
La incertidumbre, el miedo y la conmoción que trajo la pandemia en los primeros meses de 2020 generó un cambio en nuestros ritmos de trabajo, prioridades, diálogos, pero también en las formas de producción y circulación del arte. Para muchos que teníamos un trabajo de oficina, la pandemia significó un desplazamiento hacia las labores desde casa y en formato virtual. Mi labor como curador institucional se desaceleró parcialmente, lo cual abrió nuevas ventanas de tiempo entremezcladas con la preocupación por el impacto que estaba teniendo la pandemia en la familia, amigos, colegas y personas cercanas en Perú. Ello decantó en conversaciones de carácter más personal con artistas de diversos geografías y edades, algunes que conocía a través de mis visitas a Lima y otres que no conocía en lo absoluto. Así, si bien hemos estado –y seguimos– rodeados de dolor y zozobra por el avance inminente del virus, estos meses han abierto espacios inesperados de diálogo, escucha, aprendizaje y autorreflexión, que agradezco.
En los primeros meses de la pandemia, diversas organizaciones, colectivos y artistas pusieron en marcha exposiciones pensadas para el formato digital, campañas de venta solidaria, estrategias de recaudación para trabajadores culturales afectados, y formas variadas de encuentro, exhibición y discusión en formato online que buscaron hacer frente a la crisis y sus efectos singulares y colectivos.[1] Procesos que permitieron, en muchos casos, no solo generar herramientas, apoyo y recursos económicos con rapidez y creatividad, sino que también permitieron ampliar la participación de muchas más personas gracias a los canales digitales que se imponían ante la nueva y obligatoria distancia física.
En una escena del arte contemporáneo que parece organizada en torno a las lógicas exclusividad, exclusión y competencia frenética, la ampliación de los modelos de exhibición, circulación y mercado permite colocar más preguntas y conversaciones sobre los sistemas que organizan las varias economías del arte que exceden al formato normalizado de la galería comercial. Economías que señalan también los múltiples mundos del arte que conviven y hallan puntos de convergencia y desencuentro.
Esta exhibición en formato de publicación virtual forma parte de ese conjunto heterogéneo de iniciativas que han surgido ante la cancelación de las actividades presenciales y la promesa de expansión de las plataformas digitales. Un ensanchamiento de los lugares de exhibición y circulación que ha permitido también algo que no suele ocurrir habitualmente en el mercado: el acceso público a los valores de venta de las obras. En un contexto donde una esfera del mercado global parece sostenerse bajo principios de exclusividad y secreto, revelar precios es una oportunidad de reflexionar sobre qué procesos definen el valor del arte y la cultura, más aún considerando que las economías locales se sostienen de estrategias informales y estructuras vulnerables que en la gran mayoría de los casos no garantizan la subsistencia de sus agentes.
La invitación para participar de este proyecto como curador de un núcleo de obras ha sido también ocasión para tejer relaciones entre varios artistas con quienes interactué activamente durante estos meses de pandemia, cuyas prácticas y procesos colocan reflexiones valiosas sobre el presente compartido. Algunas ideas que aparecen en las piezas aquí reunidas son la necesidad de reimaginar el cuerpo frente a los procesos de violencia institucionalizada, las luchas por la autodeterminación y la autorrepresentación, las múltiples formas de construir familia y afectos, la memoria oral transmitida por generaciones, así como la urgencia de reclamar la existencia humana entretejida con otros seres vivos, el territorio y los mundos espirituales. Desde distintas posiciones, e incluso desde sus contradicciones, estas obras apuntan restaurar tejidos ecológicos, sociales o afectivos quebrados por la imposición de lógicas coloniales, patriarcales, extractivas y monoculturales.
He optado por incluir piezas producidas en los últimos cinco años y de artistas de las últimas dos generaciones, lo cual nos permite indirectamente tomar el pulso a algunas de las preocupaciones y debates que van a modelar la discusión pública que viene. Se incluyen varies artistas con un pie en el arte y otro en el activismo, cuyas obras permiten pensar cómo el arte cristaliza o se encuentra estéticamente con diversas demandas sociales. Algunes creadores han desarrollado su lenguaje de manera autodidacta o han aprendido a través de la tradición familiar y colectiva, mientras que otres han sido educados en escuelas de arte –aun cuando sus prácticas han buscado posteriormente liberarse y desaprender de la domesticación impartida en los ámbitos educativos formales.
Hay a su vez materiales y lenguajes que aparecen de forma insistente, como el tejido. El desplazamiento de la pintura hacia el arte textil (y sus diversas variantes) ha venido impulsado por una generación de artistas jóvenes, poniendo en evidencia cómo este lenguaje se ha convertido en un espacio activo de producción creativa y política en la última década. Para muchas de ellas, privilegiar el hilo, las telas y otros materiales blandos ha significado reconectarse con las memorias familiares, revisitar la historia precolombina, reconstruir su piel o reclamar el derecho sobre sus cuerpos y deseos.
Otro aspecto importante para entender la producción más reciente es el impacto que ha tenido el activismo feminista, lo cual da cuenta de una transformación profunda e irreversible en las formas de hacer y pensar del campo artístico local. Muchas de las protestas, formas de desobediencia y estrategias creativas transfeministas impulsadas en los últimos años han sido lugares de contraeducación social, sexual y política, dirigidos a desestabilizar las estructuras misóginas y homofóbicas institucionalizadas. Los vocabularios, texturas y representaciones presentes en varias obras acompañan ese deseo de resquebrajar el pacto patriarcal y acortar distancias entre la creación feminista en espacios institucionales y las demandas de la calle.
Así también, hace varias décadas numerosos proyectos artísticos, curatoriales y de investigación han tomado posición frente a la lógica urbana, blanca y colonial hegemónica del campo cultural, transformando progresivamente la escena y sus protagonistas. La exclusión histórica que diversos agentes hemos reproducido, en gran o pequeña escala, ha terminado por reafirmar criterios de valor y una historia del arte desigual y profundamente centralista. Es especialmente significativo cómo durante las últimas dos décadas, artistas de origen indígena –en colaboración con creadores e investigadores de origen urbano– han impulsado una reorganización de las relatos y deseos en el espacio artístico local, pero defendiendo también sus propios circuitos y formas de narrar que son autónomas y no dependen de –y que en muchos tampoco aspiran a– ser reconocidas en la historia del arte occidental.
Pese a todo lo dicho, son aún los privilegios de raza, clase y género los que determinan, en gran medida, las formas de acceso y movilidad en un escenario artístico cuyas dinámicas son todavía modeladas por una élite social. Si bien esto ha venido transformándose, resta aún un largo proceso que permita contrarrestar lógicas normalizadas de exclusión en las que todes participamos.
En ese contexto, varias de las obras aquí reunidas invocan preguntas sobre qué imagen del futuro, qué marcos democráticos y qué modelos de esfera pública son posibles de ser configurados colectivamente, interrogando la manera en que las representaciones fracturan y abren caminos más allá de las estructuras normativas instaladas.
Miguel A. López
[1] Personalmente formé parte del colectivo que impulsó “Dibujos por la amazonia”, una campaña colaborativa impulsada por artistas para responder ante los efectos del avance de la pandemia en las comunidades amazónicas y el abandono por parte del Estado.